El Papa San Juan Pablo II afirma que “orar por las almas del Purgatorio es el acto más elevado de caridad sobrenatural.” La Iglesia, siempre consciente de su vocación al amor, siempre ha estado animada por esta caridad fraterna, invitando a sus hijos a la oración y a la penitencia en favor de los fieles difuntos. Esto está expresamente aprobado por la Biblia: “Por tanto, es pensamiento santo y saludable orar por los muertos, para que sean liberados de sus pecados” (2 Mac 12,46).
En respuesta a esta invitación, la Orden Carmelita, a lo largo de los siglos de su existencia, ha desarrollado un fuerte sentido de comunión con la Iglesia sufriente (las almas del Purgatorio). La atención al bienestar –consuelo y pronta liberación– de estas pobres almas se ha convertido en parte de la tradición carmelita. Para una orden que tomó conciencia de su orientación escatológica desde los primeros momentos de su origen, esto no es sorprendente. Al donar el Escapulario Marrón a San Simón Stock como prenda de su cuidado maternal, la Virgen declaró: “Quien muera vestido con este hábito será preservado del fuego eterno.”
Como los carmelitas se consideran un pueblo peregrino, con una estancia temporal en este mundo, dirigen su atención a lo que hay más allá de esta vida terrena. En consecuencia, no podían ignorar la realidad del purgatorio, el lugar donde las almas que murieron en el amor de Dios pasan por una purificación final antes de ser admitidas a la visión beatífica. Estas almas ya están salvas, habiendo muerto en unión con Cristo. Por tanto, el purgatorio no es una segunda oportunidad para corregir un mal cometido: con la muerte, nuestra elección es definitiva y nuestro destino eterno está determinado. Es el amor divino el que perfecciona su obra en un alma que ya ha alcanzado la salvación. La idea del purgatorio está presente de dos maneras en la espiritualidad carmelitana: por un lado, huyendo del mismo, y, por otro, la solidaridad con nuestros hermanos que allí se encuentran.
En cuanto a la salvación del sufrimiento del Purgatorio, es apropiado mencionar el privilegio sabático. Según un relato controvertido, la Virgen María se apareció al Papa Juan XXII en 1322 pidiéndole que sancionara en la tierra las indulgencias que Nuestro Señor ya había aprobado en el cielo: una indulgencia plenaria para los miembros de la Orden Carmelita y una indulgencia parcial para la remisión del castigo temporal debido a sus pecados. La Virgen, por su parte, habría descendido al purgatorio el sábado siguiente a la muerte de los miembros (de ahí el nombre privilegio sabático) y habría conducido al cielo a los que todavía estaban en el purgatorio. El 4 de julio de 1908, la Congregación de Indulgencias validó esta tradición con las siguientes palabras: “Está permitido a los Padres Carmelitas predicar para que el pueblo cristiano crea piadosamente en la ayuda que las almas de los hermanos y miembros que partieron de esta vida, han vivido en la caridad, han llevado el escapulario, han observado siempre la castidad, han recitado las Pequeñas Horas de la Santísima Virgen o, si no saben leer, han observado los días de ayuno de la Iglesia y han abstenido de carne los miércoles y sábados (excepto cuando la Navidad cae en estos días), pueden obtener después de la muerte -especialmente el sábado, día consagrado por la Iglesia a la Santísima Virgen- por la incesante intercesión de María, sus piadosas peticiones, sus méritos y su especial protección”.
De esto se puede deducir que el escapulario no debe considerarse un objeto mágico. Es un objeto sacramental, devocional, que se lleva con fe y piedad, exigiendo castidad según el estado de vida, una vida de oración y penitencia. Usar el escapulario y esperar la salvación a través de él sin cumplir estas condiciones sería presuntuoso: un pecado contra la esperanza.
En cuanto a la preocupación por las almas del Purgatorio, la Orden Carmelita es profundamente consciente de esta llamada a la solidaridad fraterna. Santa Teresa de Ávila, fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas, relata en el capítulo décimo de su libro de Fundaciones cómo intercedió por un joven del purgatorio que le había ofrecido una casa con un hermoso jardín para su fundación en Valladolid. Aproximadamente dos meses después, este joven fue golpeado por una enfermedad que le provocó un impedimento en el habla y no podía confesar bien sus pecados, aunque logró mostrar su remordimiento con señas antes de morir. El Señor reveló a Teresa que la generosidad del joven hacia su Madre, a cuya Orden había dado un don precioso, le había obtenido misericordia. Sin embargo, permanecería en el purgatorio hasta que allí se celebrara la primera misa. En consecuencia, Teresa, impulsada por el mismo Señor, se apresuró a iniciar la fundación y celebrar allí una Misa. En palabras de Teresa: “Cuando el sacerdote llegó con el Santísimo Sacramento al lugar donde íbamos a recibir la Comunión y yo me acerqué a recibirla, apareció a su lado el señor del que hablaba, con el rostro alegre y resplandeciente. Con las manos juntas me agradeció lo que había hecho para que él pudiera salir del purgatorio e ir al cielo”. Un gran retablo pintado para las Carmelitas Descalzas de Amberes por el legendario Peter Paul Rubens representa la escena en la que Teresa se arrodilla en humilde intercesión ante el Señor resucitado en favor del caballero que se muestra debajo de ellos entre las otras almas sufrientes del purgatorio.
Otra obra de arte importante que da testimonio de la preocupación de los carmelitas por las almas del purgatorio se exhibe en la iglesia carmelita de la ciudad de La Valeta, Malta. Aquí vemos a la Virgen del Carmelo llevada por una nube sobre las almas del purgatorio, coronada por dos ángeles y flanqueada a su derecha por San Simón Stock en el acto de recibir de ella el escapulario marrón, y por Santa Águeda, una de los santos patrones de Malta, a su izquierda. Este icono tiene una característica única porque representa al Niño Jesús en el brazo izquierdo de la Virgen, exprimiendo juguetonamente su seno para que su leche fluya y ofrezca consuelo a las pobres almas del purgatorio debajo de ellos.
A principios de noviembre nos unimos a la Iglesia universal en oración por el consuelo y la pronta liberación de las almas del purgatorio. Ofrecemos misas por ellos y a través de algunos actos de penitencia compartimos sus sufrimientos. No debemos olvidarlos. Este acto de caridad nos compara con Cristo que en su amor murió por la salvación de estas almas. En la historia narrada por Teresa, fue él quien instó a Teresa a orar por ese señor y en el icono de Malta es el niño Jesús quien hace caer la leche de su madre sobre las almas del purgatorio para consuelo. El fuego del purgatorio es el fuego del amor de Cristo.