Isabel es una lectora atenta de la Palabra de Dios. Ella descubre los designios de Dios sobre ella y sobre aquellos a quienes llama para seguirlo. En el último retiro, que escribió en agosto de 1906, unas semanas antes de su muerte, Isabel dice con palabras fuertes:
«”Su palabra -dice San Pablo- es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo; y penetra hasta el hondón del alma y el espíritu, incluso en las articulaciones y en la médula espinal” (Heb 4, 12). Por lo tanto, ella es directamente quien completará el trabajo de despojar el alma; porque tiene esto de propio y de particular, que ella obra y realiza lo que oímos, siempre que el alma acepte su acción en ella. Pero eso no es todo, no basta escuchar solamente, esta palabra, ¡hay que conservarla! (cf. Jn 14,23). Y es conservándola como el alma será «santificada en la verdad». Este es el deseo del Maestro: “Santifícalos en la verdad, tu palabra es verdad” (Jn. 17,17). Al que guarda su palabra, ¿no le ha hecho esta promesa: “Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos en El nuestra morada” (Jn. 14,23)? ¡Es toda la Trinidad que mora en el alma de quien realmente lo ama, es decir, que cumple su palabra!» (DR 27-28).
Isabel nos invita a participar en la acción creativa de la Palabra. Solo la Palabra de Dios puede despojarnos, liberarnos profundamente, a condición que nos dejernos modelar por ella. Conservar la Palabra es permitir que la Santísima Trinidad venga y more en nosotros. Esto significa responder a la gracia de nuestro bautismo. Caminemos esta semana con la ayuda de Isabel.
Isabel nos invita a participar en la acción creativa de la Palabra. Solo la Palabra de Dios puede despojarnos, liberarnos profundamente, a condición que nos dejernos modelar por ella. Conservar la Palabra es permitir que la Santísima Trinidad venga y more en nosotros. Esto significa responder a la gracia de nuestro bautismo. Caminemos esta semana con la ayuda de Isabel.