Mariam nos remite, como todos los santos del Carmelo, a la exigencia de la unión con Dios, que se obtiene mediante la entrega total de nuestra nada a su amor encendido. Dios quiere hacer en nosotros grandes cosas, pero es necesario querer vivir y entregarse a Él con todo nuestro ser. La «pequeña Nada de Galilea» nos recuerda a otra Mariam, de Galilea ella también, cuyo Magníficat continua a recordarnos que el Señor se inclina hacia los humildes de este mundo para colmarlos de su gracia y su presencia.
Una de las manifestaciones más espontáneas de la alegría del corazón de la arabita es su asombro contemplativo ante la creación, que la lleva a cantar su propio Magníficat:
«¡Qué feliz me siento al saber que Dios me ha creado para que pueda llamarlo mi Dios! No puedo contenerme: Siento una paz y una alegría tan grandes… No sé lo que tengo o dónde estoy. Mi corazón y todo en mí se derrite como el aceite más claro que fluye suavemente en mí… Estoy en Dios y Dios está en mí. Siento que todas las criaturas, árboles, flores, pertenecen Dios y también a mí… no tengo voluntad, pues ella está unida a Dios, y todo lo que está en Dios es para mí… quisiera tener un corazón más grande que el universo… ».
«Todo el mundo duerme. Y Dios, tan lleno de bondad, tan grande y digno de alabanza…¡está olvidado! … ¡Nadie piensa en Él! Ved que la naturaleza lo alaba; el cielo, las estrellas, los árboles, las hierbas, todo lo alaba; pero el hombre que conoce sus beneficios, que debería alabarlo, ¡duerme! … Vamos, vamos despertemos el universo… ».