Muchos millones de personas se reconocen cristianos, y piensan, de forma más o menos convencida, que están convertidos al cristianismo. Pero, ¿es así realmente? ¿Qué es de verdad la conversión? Convertirse es cambiar. Pensad en la mariposa de colores brillantes. Antes de convertirse en este bello insecto, en realidad era otra cosa. Era, por lo pronto, un huevo minúsculo prácticamente invisible a los ojos, después una larva. Y después de varias transformaciones se convierte en lo que ahora es. La Biblia afirma que también nosotros tenemos que sufrir una verdadera metamorfosis, porque en realidad de eso es de lo que se trata.
La conversión a la verdadera vida, supone el retorno a la interioridad que nos abre el acceso a la eternidad. Evocando el pensamiento agustiniano, se trata de buscar ante todo a Dios en nosotros mismos.
En el libro de la vida (cap. 10) santa Teresa se acuerda de las Confesiones de San Agustín, de las dos esclavitudes que vivió en su propia carne: intelectual y moral, después de esta situación de malestar, de separación entre lo finito y lo infinito, la lucha entre las dos llamadas, las dos concupiscencias, los dos amores, con la convicción de que la experiencia arraiga, que toda liberación resulta imposible si pretendemos servirnos únicamente de los mecanismos de la voluntad. Ahora bien, en medio de esta lucha, y después del fracasar cada vez que intentamos apoyarnos en nuestras propias fuerzas, surge una gracia impredecible de liberación, cuya razón se funda únicamente en la soberana gratuidad divina. A partir de este momento, el esclavo de ayer comienza una nueva experiencia, entra en una nueva creación, experiencia de libertad real y progresiva, de participación en la libertad de Dios. Teresa de Ávila se reconoce plenamente en esta descripción, precisa, sobria, conmovedora.
El amor es el manantial de conversión. La conversión nos permite hacer la experiencia y entrar en la dinámica de una nueva creación. Es Jesús, muerto y resucitado, quien nos concede esta libertad. Y nos llama a abrirnos a su amor. Es Dios quien crea esta libertad en nosotros.