«Vivid con gozo»

El P. Jesús Castellano, ocd. escribió sobre la alegría como elemento importante para nuestro equilibrio espiritual, para nuestras comunidades, para nuestra misión. Él escribió un artículo con el título «el Decálogo de la alegría», donde explica por qué debemos estar alegres… no solo porque «un santo triste es un santo triste», sino porque esto tiene consecuencias humanas, psicológicas y beneficia al cuerpo eclesial.

  1. El gozo de la gratuidad

Se trata de vivir siempre con un sentido de reconocimiento y gratuidad. El primero nos permite vivir con corazón agradecido ante Dios. La gratuidad nos invita a entregarnos constantemente a los demás, sin atender demasiado a nosotros mismos. Vivir con corazón agradecido nos hace conscientes de todo lo que recibimos de Dios, en los tiempos de oración, en los pequeños momentos de contemplación. Nos abre el corazón al servicio y al amor hacia los demás, nos permite salir de nosotros mismos y vivir la alegría de la comunión, de la relación, con creatividad, mejorando lo que nos rodea. La vida abierta a los demás nos hace compartir y entregarnos sin ir pasando factura… con gozo, con gratuidad.

  1. Ante Dios en la oración

A veces, casi de forma inconsciente, sentimos que nuestro estado de ánimo, aun sin tener graves problemas, tiene zonas de sombra. Basta descender un poco en profundidad en la propia conciencia para identificar los pequeños dolores del alma, nuestras pequeñas patologías, pequeños bloqueos que no nos permiten gozar el día a día. Por ahí, poco a poco se pierde nuestra energía espiritual. En estos casos, un poco de humildad es el mejor ungüento para nuestras heridas -dice Teresa de Ávila-  y la mansedumbre, que consiste es saber sobrellevar a los demás, y soportarnos nosotros mismos. Todo esto, si lo llevamos con realismo a la oración e invocamos la misericordia de Dios es el mejor modo para salir regenerados.

  1. Superar las tentaciones de la alegría

Otras veces nos acecha la acidia espiritual, una especie de letargo o de indolencia que nos quita las ganas de amar, de creer, o de esperar algo nuevo. Un momento de reflexión, una oración sostenida, poner un poco de orden en nuestras prioridades, en nuestra vida, nos permitirá recuperar la armonía espiritual. Es posible que alguna parte de nuestra vida (afectiva, espiritual, la oración, el descanso, el saber tomarnos un tiempo para nosotros… ) algo hemos descuidado. Un reajuste de estas constantes vitales nos devolverá el equilibrio, la luz y la alegría del espíritu.

  1. La belleza de lo cotidiano

La vida se cuida ya desde por la mañana con pequeñas alegrías y sorpresas: la liturgia bien vivida, el encuentro con los hermanos, hermanas, compañeros o colegas de trabajo, la comida, la higiene personal, el descanso, el trabajo bien hecho, el saberse acompañado de gente que nos quiere… todo esto forja una sana espiritualidad del cotidiano, que nos permite afrontar las dificultuades con energía, con buen humor, mirando el lado positivo de las cosas. Y si todo esto tenemos el valor de compartirlo, pues la alegría se multiplica, se convierte en comunión con los demás, en flujo positivo a nuestro alrededor.

  1. El gozo de la amistad

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Una buena amistad, con los santos del cielo y con los de la tierra es siempre fuente de alegría, y un gran consuelo en las dificultades. Esto es humano y espiritual al mismo tiempo. Los santos han tenido algunos grandes amigos, que potencian nuestra mejor versión, nos animan a dar más y mejor. Con razón decía Sta Teresa a sus monjas de comunidad: «aquí todas han de ser amigas, todas se han de querer, todas se han de ayudar»… No se da con todos, pero cuando se da es un don de Dios que hay que cuidar. San Pablo tenía a Bernadé, a Timoteo… las grandes obras humanas y de apostolado se hacen en comunión, ayudando y dejándose ayudar. Contamos siempre con los medios espirituales, con Cristo, con el Padre… pero el Espíritu Santo a veces suscita también hermanos y hermanas que nos ayudan a mirar en la misma dirección, y nos infunden alegría y valor.

  1. Afrontar con sabiduría el momento presente

Un gran secreto de la alegría es la capacidad de vivir el momento presente. En realidad, no podemos vivir sino el presente. Pues, si nos desilusionamos y volemos la mirada hacia atrás corremos el peligro de convertirnos en estatuas de sal como la esposa de Lot; o, por el contrario, si huimos del presente anhelando un futuro demasiado lejano, eso también es cobardía y falta de realismo. Vivir el presente es confiar en Dios tener siempre los pies en la tierra, afrontando los problemas poco a poco sin desanimarnos. Alegría en este caso es sinónimo de ánimo, de tener el valor de ser uno mismo, con sencillez, con humildad, haciendo lo que podemos en el lugar donde Dios nos ha puesto. Esto nos tiene que hacer felices por dentro, otras cosas serán ilusiones vanas, fuentes de frustración.  Vivir el momento presente con alegría, es valorar y gozar de lo que somos y lo que tenemos.

  1. Relaciones cordiales

Ser capaces de relaciones sinceras y cordiales es siempre fuente de alegría. «Amor con amor se paga», decía Teresa de Ávila. Y somos siempre hijos e hijas de san Juan de la Cruz que decía: «donde no hay amor, pon amor y sacarás amor». Si la caridad es el árbol, las hojas y los frutos son el trato cordial con los demás. Si la caridad es el fuego el trato cordial con los que nos rodean viene a ser la llama. Podemos hacer tanto bien con una palabra amable, con una sonrisa… Esto hace la vida mucho más fácil. Es como el ungüento -del que habla el Salmo- que desciende de la barba de Aarón, y crea alegría y fraternidad en torno a una misma fe y un único amor.

  1. La felicidad de estar en comunión con todos

Es importante ser personas sin barreras ni horizontes, ser personas universales. Poder ser cada cual como es pero no por eso romper la comunión con los demás. No siempre pasa…pero el uso de los medios de comunicación, debería ensanchar el pensamiento hacernos más abiertos y tolerantes con los demás, con toda la humanidad. No se concibe que seamos personas de oración y que el Señor nos haya dicho «id al mundo entero y proclamad del evangelio» y permanezcamos cerrados en nuestras propias convicciones en nuestro pequeño grupo. Sepamos extraer el gozo del encuentro, de la diversidad, del diálogo con personas que posiblemente no no piensen ni sientan como nosotros, pero forman parte de este mundo y tienen derecho a vivir… y al fin y al cabo son son hijos de un mismo Dios y Padre, que nos reúne a todos, nos espera a todos y nos convoca a todos en torno a su misterio.

  1. El sentido positivo de la vida espiritual

Es bueno y sano alegrarnos siempre de poder conocer y abrazar el mensaje de Jesús, y la experiencia de nuestros santos, o de personas buenas de nuestro tiempo. Hay mucho de humano, de bueno, de amable, de justo, de bello y santo entre los que aman a Dios. Por eso, no siempre hay que preconizar el sacrificio, la ascesis, el sufrimiento, para que -de todo eso y solo por eso- el Señor pueda darnos vida nueva. Hay que saber acoger también lo positivo que nos llega a través de la oración, las personas, los sacramentos, la Iglesia… Gocémonos de la experiencia de tener un Dios Padre que vela por cada uno de nosotros que nos ha prometido «el ciento por uno aquí en esta tierra… y además la vida eterna». Vivir en gracia de Dios y en comunión con su misterio tiene que llenarnos de gozo, un gozo que podemos compartir también con los que nos rodean.

  1. Un poco de simpatía humana y divina

Un chiste, una broma, un canto, un poema… a veces son un tesoro de sabiduría y simpatía que contagia a los demás y hace la vida más llevadera. Afrontar la vida con alegría y humor, con una pizca de picardia, nos protege tantas veces de patologías que no nos ayudan a nada… y sirven de trampolín hacia los otros, de instrumento de comunión para hacer a Dios y al cristianismo amables. La alegría espiritual de la que nos habla el apóstol San Pablo se conjuga perfectamente con el humor, como testimonian algunos de nuestros santos.

*  El humor de Santa Teresa de Avila

Santa Teresa, en el capítulo 37 de la Vida nos dio un buen ejemplo de cómo se puede vivir con una santa espiritualidad la alegría, cuando habla del contraste con que ella se acercaba a los confesores con una cándida y gozosa libertad de espíritu mostrandoles «gracia», simpatía, y ellos, por el contrario, respondían bastante serios y molestos, mostrandole «desgracia», pensando que la hermosa monja intentaba ganárselos con un amor humano. La santa se ríe de ello, diciendo cómo ella lo hacía con gran amor y libertad, pero burlándose de tanta seriedad, pues desde que el Señor la atrajo para sí, no había nada ni nadie que pudiera apartarla de esta santa compañía.

Ahora, es cierto, que el Señor, es humano como nosotros, porque comparte plenamente nuestra humanidad, se hace débil como nosotros, divino y humano juntos. Un Dios cercano y tratable, amigo como ninguno. Teresa, en cierta ocasión, viendo que en la oración se hacía tan huidizo le dijo con toda soltura y desenfado: «Si yo pudiera esconderme de vosotros cuando me buscáis con amor, como vosotros os escondéis cuando yo os busco, tampoco tú (Señor) podrías tolerar este cambio de actitud. De modo que, mantengamos el pacto y no trateis así a quien tanto os ama». Y lo mismo que al Señor le pide esta cercanía y cordialidad, se siente contrariada cuando observa entre la realeza, nobles y señores todo un aparato de apariencias y ceremonias que dificultan tanto la relación auténtica y verdadera, realidad insoportable para ella, pues es difícil soportar tanta falsedad para quien quiere vivir una sana libertad de espíritu.

Sí, Teresa llega incluso a bromear con Dios. Cuentan que, después de haberse roto un brazo, rodando abajo de las escaleras en el convento de la Encarnación, se quejó a nuestro Señor y él le dijo: Pues, te guste o no… «así trato yo a mis amigos», a lo que respondió Teresa: «por eso tienes tan pocos».

Es hermoso hablar con Dios de este modo, cuando nos damos cuenta, incluso en las alturas de la vida mística, de que nuestro Dios es «afable» y por lo tanto hay que imitarlo. Afabilidad de un Dios que habla y a quien le gusta comunicarse y que nosotros queramos dialogar con Él, esta es la oración más simple: tratar con él como con un padre, como con un amigo. Por eso, los santos, imitadores de Dios amigo, deben ser amables, para que la gente «no se espante ni se amedrente de la virtud». «Cuanto más santas, más amables con las personas» (dentro y fuera), aconseja Teresa a sus monjas. «Tristeza y melancolía no la quiero en casa mía» es un dicho que han atribuido precisamente a Sta Teresa, aunque muy probablemente no sea exclusivo suyo.

«No tengáis miedo -decía a sus hermanas- de mostrar vuestra alegría», para que aquellos que os miran amen vuestro modo de vivir y no se asusten de la vida cristiana; esto viene a ser como hacer propaganda con la alegría y de la belleza de vuestra vida, Que la gente tenga celos del hecho de haber elegido seguir a Cristo en la vida contemplativa. Cuentan que, en cierta ocasion, estaba cerca de la puerta del convento y estalla en una gran risa. Una monja un tanto escrupulosa dijo: «Madre, las personas que están fuera se escandalizarán de oirnos reir tan abiertamente», a lo que respondió Teresa: «Mejor que nos oigan reír que llorar». Y a una mujer que se acercó un tanto triste y preocupada a decirle a la Madre: «quién sabe cuántas penitencias estarán haciendo en este momento sus monjas», Teresa respondió: «En este momento están preparando una comedia para las fiestas de Navidad». He aquí algunos ejemplos de cómo también los santos saben reír, gozar y celebrar la alegría que Dios ha puesto en nuestros corazones. De modo que vivamos con gozo, porque Dios, alegría inmensa, encarnación de todos los misterios, nos quiere alegres, llenos de Él, de su luz, de su alegría y gozo eterno.

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