Teresa de Jesús, divino y humano junto, fundadora del Carmelo descalzo

Hablar de Teresa de Jesús es hablar de la Madre que nos engendró a la vida en la Iglesia, inspirada por el Señor que fue el centro vital de su experiencia. Cada parto pasa por el sufrimiento, el dolor de las dificultades, las incomprensiones, las hostilidades, las pequeñas venganzas; casi toda la jerarquía católica local ha participado en este proyecto, que en un primer momento afectó solamente a las hermanas carmelitas y seis años después también a nosotros los frailes. Estas mismas personas a veces han puesto dificultades, obstáculos y condenas, motivadas por lógicas extrañas a los valores espirituales en el campo. Obispos, nuncios apostólicos, figuras destacadas, sacerdotes y religiosos, así como el mismo Rey y familias nobles del tiempo han sido llamados en causa por nuestra santa Madre, que como tal no escatimó ningún esfuerzo para hacer nacer y crecer a su criatura, según la voluntad de Dios.

Teresa, además de ser una religiosa santificada por la gracia, dotada de agudo sentido crítico y abierta a la acción del Espíritu, construyó su poderosa  personalidad de mujer durante una existencia de 67 años. Desde este punto de vista no le ha faltado nada: fuerte y tierna al mismo tiempo; abierta a todos pero sin limitaciones constrictivas, inteligente y obediente; confidente y respetuosa; activa y mística; con poca salud, pero siempre en movimiento; alegre y rigurosa moralmente; capaz de construir y recibir amistades verdaderas; unida a los familiares y siempre libre; pensadora y escritora con humildad y sumisión a los superiores, necesitada de aprender de todas las personas cultas pero dentro de la belleza de la Palabra que salva. Mujer brillante, simpática, creativa, complaciente en medio de las necesidades. Caminante infatigable por la geografía española (unos 6000 km) como también por los senderos de la perfección. En toda su experiencia emerge una cierta juventud interior, y una búsqueda de la verdad que no la abandonó jamás.

Mujer estimada y amada por cuantos se cruzaron en su camino, pero también engañada y criticada públicamente por quienes la juzgaron mal. Personalidad compleja y armónica, de gran facilidad expresiva tanto en el lenguaje escrito como oral; respetuosa de la dignidad y del carácter de sus hermanas, sin dejar de constatar sus defectos. Conocida por su humor abierto y sincero. Y sin embargo, se confiesa una gran pecadora.

Mujer enamorada de Cristo, su esposo, como la Magdalena y le reserva las miradas más bellas y profundas y todas las emociones de su corazón de mujer. No existe una página de sus escritos en la que se haga eco de su presencia.

Su humanidad no es artificial o de fachada: refleja la que Cristo asumió en el misterio de la Encarnación, es tocada y motivada por ella: recibe luz para el ejercicio de las virtudes cotidianas, con comportamientos precisos: pensar en él, mirarlo a él, escuchar su Palabra, alimentarse de su cuerpo; lleva a Jesús en sí y con él cuando viaja en carros incómodos en los continuos desplazamientos, en las relaciones humanas y con sus hermanas. Teresa se muestra en su integridad de mujer madura, dejándonos respirar también un perfume sobrenatural fascinante. El resultado más clamoroso y elevado de la relación con Dios sigue siendo su corazón abierto: lo que las palabras no logran decir se vuelve herida abierta, vulnus amoroso de verticales grandezas y gracias.

Teresa es la mujer samaritana del evangelio que busca saciar su sed, y en Jesús que la está esperando al lado del pozo, encuentra no sólo agua, sino también la fuente de la vida. Ella es un alma sedienta de agua viva y desea dárnosla con abundancia con la experiencia y los escritos, a su familia, en herencia a sus hijas e hijos.

 

P. Attilio Ghisleri, ocd

Stella Maris – Haifa

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