Hoy, nuestra reflexión se centra en la figura de San Alberto de Jerusalén, legislador de la Orden del Carmelo. Nació en Emilia (Italia). Ingresó a una congregación de canónigos regulares donde fue elegido prior. Tres años después, fue nombrado obispo de Vercelli en Italia. Gobernó esta Iglesia durante veinte años. Su prudencia, su habilidad, su perspicacia lo llevaron a ser elegido como mediador entre el Papa y el emperador Federico Barbarroja. El Papa Inocencio III lo transfirió en 1204 a la Sede Patriarcal Latina de Jerusalén como delegado Apostólico en Palestina por cuatro años. Invitado a participar en el IV Concilio de Letrán, murió el 14 de septiembre de 1214 en Acre, asesinado durante las fiestas de la Exaltación de la Santa Cruz, al parecer por el maestre del Hospital del Santo Espíritu, a quien había depuesto por su mala vida.
Anteriormente, había tenido tiempo de preparar la Regla de vida para los carmelitas pues los ermitaños del Monte Carmelo le habían pedido una Regla escrita. San Alberto, después de haber estudiado el tipo de vida que llevaban en el monte Carmelo, remarca dos aspectos esenciales de la espiritualidad Eliana: 1) un Espíritu de contemplación por la presencia de Dios en el silencio y la soledad: «Vive Dios en cuya presencia estoy» (1Re 17, 1) y – el celo por la gloria de Dios y el deseo que muchos descubran y adoren al Dios vivo: «Ardo de celo por el Dios de los ejércitos» (1Re 19,9). San Alberto escribe la Regla incorporando el elemento comunitario, hasta entonces eran eremitas, cada uno en su gruta… ahora formarían parte de una comunidad, con su prior, etc. La Regla de San Alberto es la más corta de las reglas de vida consagrada existentes en la tradición espiritual católica y está toda construida de preceptos bíblicos. Hasta el día de hoy, es una rica fuente de inspiración para la vida de muchos católicos en todo el mundo.
En el siglo XVI, en España, en el espíritu de reforma que llevó a cabo Santa Teresa de Ávila, vuelve el vigor al Carmelo, no sólo con el retorno al espíritu de la Regla “Primitiva” releída en el contexto de su tiempo, sino también inspirando a sus hermanas con nuevas intenciones apostólicas y dándoles una enseñanza sobre la oración y el camino que conduce a una vida de unión con Dios. Preciosa lección que, además, será entregada a toda la Iglesia por sus escritos y por los frutos de sus numerosas fundaciones, pero su magisterio también se dirige a los laicos.
La vocación del seglar carmelita es contemplativa, laica y apostólica. Este es un apostolado que está llamado a vivirse en el mundo, en la comunidad de la propia familia en muchos de los casos o en un estado de vida de soltero, quienes están llamados a formar comunidades con otros seglares quienes tienen la misma vocación Carmelita. Esta vocación laical ha sido valorada y presentada por el Concilio Vaticano II y el Papa Juan Pablo II ha enfatizado en los documentos: Apostolicam Actuositatem y Christi fideles Laici. El papa Francisco también se ha pronunciado sobre la importancia del testimonio de la vida de fe de los laicos hasta el punto de convocar el Sínodo de los laicos donde se ha estudiado la vida del cristiano en el mundo; y especialmente en estos “tiempos recios”, en que se necesita una “Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.
Ahora bien, indudablemente, es preciso cumplir unas premisas inexcusables de identidad que deben reunir previamente los seglares carmelitas descalzos, antes de plantearse siquiera o cuestionarse una traducción o traslación en la acción, en el exterior, en la conducta, en la misión: ha de partirse previamente de una verdadera vivencia evangélica, desde el particular carisma, espiritualidad, vocación, que comparte con las otras ramas de la Orden; un verdadero “beber de las fuentes” de las Sagradas Escrituras, y de las vidas y obras de los santos y doctores de la Orden que nos precedieron; un saber de “aquellos padres de dónde venimos”; un auténtico y fiel compromiso con un estilo de vida definido por nuestra Regla, Constituciones y Estatutos; un vivir “en obsequio de Jesucristo”; una meditación constante en la Ley del Señor; un verdadero espíritu de oración como “trato de amistad con Quien sabemos nos ama”, y de amor e imitación de Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María, de Quién nos sentimos compañeros y hermanos. Es necesario crecer en la identidad y la pertenencia a la Orden del Carmelo, esto lógicamente no se improvisa y requiere de una formación paulatina y gradual, hoy nos detendremos en tres elementos esenciales de nuestra espiritualidad y carisma.
La presencia de Dios
Sin necesidad de esperar a fray Lorenzo de la resurrección, ya en la Regla del Carmelo encontramos este deseo de vivir continuamente en la presencia de Dios, «día y noche». Se trata de hacer de la experiencia de Dios algo cotidiano. Contemplemos a María, nuestro verdadero modelo de vida en la fe, esperanza y amor; de lectura de los designios de Dios en cada acontecimiento de la vida, de abandono en los brazos amorosos de Dios, de aceptación de su voluntad, de agradecimiento y alabanza a Dios; de perseverancia en la oración, de escucha de la Palabra de Dios, de compromiso con todos los que la rodearon en los caminos de su vida …, imitarla es la forma más clara de seguir a Jesús. Ella es la mejor testigo y maestra en este continuo vivir en presencia de Dios.
Una presencia que nos ayuda a afrontar desde la fe, sin perder la esperanza y el amor, los trabajos y sufrimientos de cada día, las preocupaciones familiares, la incertidumbre y las limitaciones de la vida humana, la enfermedad, la incomprensión, etc. Tratemos de ser, como María, como José, hombres y mujeres maduros que viven continuamente en presencia de Dios, colaborando con su plan de salvación.
Sentir el Señor a nuestro lado es algo muy teresiano, vivir en compañía de Dios, caminar en su Presencia, «lo vemos hombre y es compañía» (V 22), dice Santa Teresa. Pues procuremos que la oración impregne serena y luminosamente nuestra vida, de manera que toda ella sea oración, y que ésta se eleve a Dios como incienso en su presencia.
El combate espiritual
Nuestra vida es una continua búsqueda de la unión con Dios, un discernimiento de sus caminos, y para ello hemos de mantener nuestro espíritu en actitud de conversión continua, aunando acción y contemplación (Marta y María), sabiendo afrontar las contrariedades de la vida material como también los ataques del Maligno, al modo de los antiguos eremitas del desierto.
Esto se realiza mediante una disciplina, para poder vivir el carisma carmelita en el mundo, ofreciendo nuestras tareas cotidianas para la santificación del mundo. Para ello, el importante comenzar la jornada poniendo todo en manos de Dios a través de la oración, con la celebración de la Eucaristía (cuando sea posible) y con el rezo de de la Liturgia de las horas (cuando llegue el momento). Nuestro modelo de combate y de lucha, además de todas las referencias al apóstol Pablo que aparecen en la Regla, es el profeta Elías, que afrontó a los 450 falsos profetas de Baal en la cima del Carmelo, y que reconoce vivir en presencia de Dios continuamente.
No inventamos nada nuevo: la vida del hombre sobre la tierra, y todos los que quieran vivir píamente en Cristo padecen persecución; y el «diablo anda como león rugiente, anda buscando a quien devorar», por eso -dice la Regla del Carmelo- «con toda diligencia procurad vestiros la armadura de Dios, para que podáis resistir las asechanzas del enemigo» (R 18). Esto exige un gran desasimiento de sí mismos y «amad al Señor Dios… con todo el corazón y con toda el alma, y con todas las fuerzas, y a (nuestro) prójimo como a nosotros mismos» (Cfr. R 19). La Palabra de Dios será nuestra fuerza y nuestro baluarte. «Que Ella habite abundantemente en vuestros labios y vuestros corazones. Y toda cosa que debáis hacer, hacedla según la palabra del Señor (R 20)
El valor de la vida en común
San Alberto, dándole la Regla del Carmelo a los primeros eremitas del Wadi-ain-Es SiaH, hizo algo más que dar un documento jurídico. Les ofreció la posibilidad de pasar de ser eremitas (cada uno en su gruta) a ser hermanos y fraternidad en torno a un ideal, a una Madre y a un estilo profético auténtico.
Aquello que entonces se dio, a la luz del Carmelo seglar, se actualiza en la vida de comunión que debemos vivir no solo entre nosotros sino con todos los miembros de la Orden (frailes, monjas y seglares). «Los Carmelitas Seglares, junto con los frailes y las monjas, son hijos e hijas de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo y de Santa Teresa de Jesús. Por lo tanto, comparten con los religiosos [y las monjas] el mismo carisma, viviéndolo cada uno según su propio estado de vida. Es una sola familia con los mismos bienes espirituales, la misma vocación a la santidad (cf. Ef 1,4; 1 P 1,15) y la misma misión apostólica. Los Seglares aportan a la Orden la riqueza propia de su secularidad» (CCS n.1).
Valoremos con gratitud nuestra vida de comunidad en los ratos que estamos juntos, y sigamos sintiéndonos comunidad, -pues lo somos-, en los días y momentos en que estamos en nuestras casas particulares, con nuestras familias, en nuestros quehaceres y trabajos; como familia reunida alrededor de Jesucristo. Como expresó el Padre Saverio en una reunión del Definitorio, parafraseando el Evangelio: «Busquemos primero la comunidad teresiana, y el resto se nos dará por añadidura» (cf. Mt 6, 33).
No dejemos nunca de pedir con insistencia al Señor que nos dé el Espíritu de Vida. Y pidamos al Espíritu Santo que tengamos siempre los ojos fijos en Jesús; que seamos hombres y mujeres de esperanza, y que trabajemos todos juntos para construir con Él ese Reino de Dios, ese mundo de esperanza, desde nuestro carisma y estilo de vida carmelitano-teresiano, siguiendo los caminos de Teresa, Juan y Teresita y el resto de nuestros santos; y desde nuestras particulares vocaciones, como religiosos o como seglares.