El 13 de diciembre de 1925, unos días antes de celebrar el cuarto aniversario de su bautismo, Edith Stein le escribió a su amigo, el filósofo polaco Roman Ingarden. Evocando sus días universitarios en Gotinga y Friburgo de Brisgovia, dice: «Me sentía como alguien que está en peligro de ahogarse, […] ante mi alma se erguía la imagen de una tumba oscura y fría. ¿Qué otra cosa se puede sentir fuera del miedo y la gratitud infinita por el poderoso brazo que [te] agarró y llevó a una tierra segura? »
¿Cómo puede esta joven intelectual judía, una de las primeras mujeres en asistir a la universidad alemana a principios del siglo XX, una alumna brillante, asistente del gran filósofo Edmund Husserl, decir que «no es ajena a las depresiones»? Pues así escribía el 6.10.1918: «La mejor manera de acomodarse a este mundo lamentable es saliendo de él».
Durante la terrible Primera Guerra Mundial, varios eventos la habían sacudido profundamente:
– La muerte en el frente de muchos alumnos y del profesor Adolf Reinach.
– En su trabajo, el fracaso de la colaboración con Edmund Husserl.
– En su vida emocional, su amor no correspondido por Roman Ingarden
A Edith le ha tocado descender al punto más bajo de la parábola. Es allí donde el Señor ha venido a encontrarla, a agarrarla y a darle sentido a su vida. En vacaciones, en el verano de 1921, en la casa de sus amigos filósofos, Conrad-Martius, después de la lectura de la autobiografía de Teresa de Ávila, la gran santa española, reformadora del Carmelo escribirá: «Nadie ha penetrado tan profundamente en el alma como aquellos hombres [y mujeres] que han abrazado al mundo con corazón ardiente y que luego han sido liberados del caos interior y exterior por la mano poderosa de Dios y experimentados en su propia interioridad, experimentan la mayor interioridad».
Las consecuencias no tardan en llegar. 6 meses después, recibe el bautismo el 1.1.1922. A su amiga y madrina, la filósofa Hedwig Conrad-Martius, que un día le pregunta ¿qué te ha sucedido?, ella responde: «Secretum meum mihi» (mi secreto para mí). Esta respuesta expresa lo que Pablo dice sobre el bautismo: «habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3).
El secreto de Edith, tal vez, se encuentra en el nombre de religión que recibió cuando tomó el hábito en el Carmelo de Colonia, 15.4.1934: la hermana Teresa Benedicta de la Cruz:
– Teresa – debido a la influencia de Teresa de Ávila en su conversión,
– Benedicta – porque un lazo especial la relaciona con los Benedictinos y San Benito.
– «De la cruz» es como el «título de nobleza» que indica que «Dios quiere unirse a ella bajo el signo de un misterio particular».
Para Edith, el Viernes Santo en el Gólgota es el centro de la historia del mundo. En la pobreza y la soledad de Cristo, ella descubre su propia pobreza y soledad. Tan pronto como ella acepta cargar esta Cruz («scientia crucis»), se da cuenta de que la Cruz es un yugo fácil y una carga ligera. La cruz será para ella el bastón que la conducirá a las alturas.
En el sufrimiento y la muerte de Cristo, nuestros pecados han sido destruidos por el fuego. Cuando aceptamos esto con fe y recibimos de forma total a Cristo, en un don seguro y lleno de confianza, es decir que elegimos y tomamos el camino de la imitación de Cristo, Él nos guía a través de su sufrimiento y de su cruz a la gloria de su resurrección. Es el paso del fuego expiatorio hacia la bendita unión de amor. Después de la noche oscura, comienza a brillar la llama de amor viva.
PAX VOBIS
¡La paz esté con vosotros!
Este es el saludo pascual del Resucitado.
Para traer la paz se hizo hombre […]
Para que el Padre vuelva a dirigir su mirada hacia la tierra.
Y que venga la paz también a los necesitados.
Ha sido necesaria tu muerte.
Cuando todo se ha cumplido por el sangriento trabajo de la expiación,
Y entregas tu espíritu en las manos del Padre,
Él inclinándose hacia la tierra
Los toma contigo y los lleva en su seno…
En eterno, sin cansarse, brota el río de la paz…