El Carmelo que nace en este monte bendecido por la acción del profeta Elías, en sus orígenes y en su desarrollo en el mundo ha conservado siempre este aspecto significativo de la espiritualidad, proponiéndolo también a todos los que tienen sed de Dios.
La contemplación es una acción que va más allá del simple ver y sentir, es un ver interiorizado, en el sentido de una apertura a la trascendencia. Es como ver con los ojos del alma, bajo el poderoso estímulo del Espíritu Santo. ¿Qué contemplaba el profeta Elías? el mar abierto, las verdes colinas de Galilea, las montañas lejanas: pero no era esta realidad paisajística la que lo empujaba hacia un amor exuberante por Dios, a obedecerle, a dar toda su existencia, a vivir solo para él: de aquí nace su celo en defensa de la única religión.
Hombre acostumbrado a las asperezas de la roca, al silencio de la naturaleza, a esa imagen indefinida de un Dios que existía, pero que todavía no se había manifestado en un rostro humano: sentía una fuerza reactiva en momentos de paganismo inducido en el territorio: se sentía guerrero con la espada en llamas, listo para desafiar a todos los enemigos de Dios. Imaginaba a Dios omnipresente, lo adoraba siguiendo su voz dentro de las cuevas o fuera en el mundo complicado. Toda su acción y fuerza estaban en Dios.
En los tiempos nuevos llega María, mujer sencilla y normal, pero que Dios está preparando para una tarea alta y difícil: en los evangelios se registran poquísimas palabras a ella referidas: esto no quiere decir que haya estado ausente a la actividad de su Jesús. Mantuvo una digna distancia de él para no obstaculizar su evangelización, yo en su corazón de madre este silencio era oración, contemplación de las grandes obras de Dios que Dios estaba realizando a través de su hijo Jesús.
El silencio es el cáliz de la contemplación, no un vacío que deprime y anula a la persona, sino un espacio que se deja abierto a la comunicación de Dios en nosotros. Él habla en el silencio y cuando callan nuestros pobres pensamientos; él a través de la brisa suave del Espíritu Santo entra en nuestros corazones dejando un rastro de gracias y de dones.
La contemplación de María consiste en leer sus fuertes y extraordinarias vicisitudes, refiriéndolas solo a Dios y no sometiéndolas a la lógica de la razón, que manifiesta evidentes límites de comprensión. Ella vive entre la historia que se cumple y el misterio que se revela lentamente. No tiene a nadie con quien aconsejarse: solo queda decidir qué responder; leyendo la Biblia sabe que en la historia ha habido milagros prodigiosos de Dios a muchas mujeres y ahora se le informa que también la prima, ya agotada en los años, se convertirá en madre dentro de pocos meses. María joven valiente al final recoge todas sus energías interiores y se atreve a lanzarse en los brazos de Dios con todo su ser.
Nuestros santos Reformadores nos han enseñado este camino sublime y participativo de la acción divina en nosotros: las palabras cesan, el lenguaje no sirve, el cúmulo de pensamientos es inútil, los demás vienen como momentáneamente aislados: solo queda el Dios de Jesucristo para escuchar, contemplar y amar en el secreto del corazón. Si apagamos todas las otras voces entonces queda solo Él. Y el alma lo goza arrebatada en él.
Para María es precisamente la acción contemplativa la que le permite estar presente en el corazón del Hijo, aun estando distante y respetuosa: no ha mirado con los ojos humanos su estrepitosa historia, sino que se ha fiado hasta el fondo del misterio de Dios, dejándolo decidir y casi expropiar su débil identidad material. A seguirla bien en algunos episodios evangélicos que la conciernen, a partir también de las expresiones de su prima Isabel, notamos esta dimensión contemplativa suya: se concentró en el misterio para corresponder mejor a lo que se le pide desde lo alto. María permanece, pues, humilde y alta más que criatura (Dante), concreta en sus tareas en la familia de Nazaret, pero a la vez abierta y continuamente seducida por lo que es cada vez más alto, más grande y más intensamente divino, hasta el punto de ser indecible, sino que es la verdad dinámica de su existencia.
Escuchando a nuestra Teresa es precisamente la oración contemplativa que transforma la vida, le da un aliento más elevado, que impulsa en alto la oración: es inútil cualquier otra búsqueda, porque es precisamente Dios quien ama manifestarse directamente, que abre la puerta del corazón cuando el alma se abre a él: verdaderamente Dios solo basta al alma que lo busca y lo sigue con sinceridad.
La transformación de la vida de María es evidente después del Anuncio del Ángel: ya el Espíritu Santo la hace fecunda, se recompone en Dios también la posición de su esposo José; toda su persona está dedicada al niño hasta su muerte en la cruz. Nada será tan importante para ella como la relación humana y contemplativa con el Hijo de Dios.
María, mujer contemplativa, haz que nuestra oración se transforme en contemplación de tu Hijo Jesús.
P. Attilio Ghisleri, ocd