La Santa carmelita Mariam de Jesús Crucificado, adoraba intensamente al Espíritu Santo. Le suplicaba y confiaba plenamente en Él. En uno de sus éxtasis, escuchó una voz que le decía:
Si decides buscarme, conocerme y seguirme,
invoca la luz del Espíritu Santo que iluminó a mis discípulos,
El iluminará a todos los pueblos que lo invoquen.
Quien invoque al Espíritu Santo, me buscará y me encontrará.
Su conciencia será tan delicada como una flor del campo.
Si la persona es el padre o la madre de familia, la paz reinará en su familia,
y su corazón estará en paz en este mundo y en el otro.
No morirá en tinieblas, sino en paz.
Deseo ardientemente que digas esto: «Todos los sacerdotes digan una misa cada mes en honor del Espíritu Santo, quien lo haga será honrado por el mismo Espíritu Santo. Tendrá luz, tendrá paz; curará a los enfermos; despertará a los que duermen».
Mariam de Jesús Crucificado deseaba que esta devoción se extendiera entre los monjes y creyentes. Ella presentó una solicitud en relación al culto del Espíritu Santo a Su Santidad el Papa Pío IX. Su sucesor, el Papa León XIII, ordenó una novena en honor del Espíritu Santo en preparación para la fiesta de Pentecostés. Esta medida fue la respuesta de la Autoridad eclesiástica al deseo de Cristo expresado a través de su sierva, Mariam de Jesús Crucificado, que compuso una oración al Espíritu Santo y a nuestra madre, la Virgen María. Es una oración corta, hermosa y tan simple, que todos los creyentes deberían recitarla con fe y entusiasmo todos los días:
«Espíritu Santo, inspírame,
Amor de Dios, consúmeme.
A lo largo del verdadero camino, guíame.
María madre mía, mírame.
Con Jesús, bendíceme.
De todo mal, de toda ilusión,
de todo peligro, presérvame».