Nuestro encuentro de esta mañana, en el jardín de Dios (Carmelo/Kerem-El), marchando juntos con el Señor: frailes carmelitas descalzos, monjas carmelitas descalzas y laicos consagrados en el Carmelo Seglar, que hoy, en la memoria litúrgica del Domingo de Ramos, entra triunfante en Jerusalén para consumar su Pascua.
Encuentro y esperanza creadora, en el que nos inicia nuestra madre Teresa de Jesús, a través de la oración y el encuentro con el Jesús de los evangelios.
Teresa es testigo desde su experiencia (V 18,8; 23,3; C pról 3), nos incita a la experiencia: «de lo que no hay experiencia, mal se puede dar razón cierta» (6M 9,4). Con la pluma en mano, dialoga con sus lectores, convencida de que muchas de sus enseñanzas no las entenderá el lector sino desde la propia experiencia, pues «importa mucho no sólo creer, sino procurar entenderlo por experiencia» (C 28,1).
De ahí su interés no sólo por explicar y hacer saber, sino ante todo por engolosinar y provocar empatía: ella no escribe para informar sino para provocar una experiencia. Esperanza creadora que se convierte en experiencia salvadora en manos de Jesús, artífice liberador y purificador de nuestra humanidad.
Con esta marcha de este Domingo de Ramos en este hermoso jardín del Monte Carmelo en Tierra Santa nos preparamos para contemplar el mundo desde Cristo crucificado y resucitado presente y operante en la historia, y a llevar a término el propósito del camino de Cuaresma…
Cada uno debe realizar su propia “transformación” para llegar a la Pascua, o participación plena en la misión del Maestro:
cada uno tiene que seguir su propio camino,
hay que escalar la montaña,
tenemos que cambiar nuestro plan de vida
y endosar nuestras vestiduras blancas…
Teresa nos recuerda, en su Relación 26, aquel domingo de Ramos que experimentó en carne propia el matrimonio místico al recibir la comunión de manos de fray Juan de la Cruz:
«El día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran suspensión, de manera que aun no podía pasar la Forma, y teniéndomela en la boca verdaderamente me pareció, cuando torné un poco en mí, que toda la boca se me había henchido de sangre; y parecíame estar también el rostro y toda yo cubierta de ella, como que entonces acabara de derramarla el Señor. Me parece estaba caliente, y era excesiva la suavidad que entonces sentía, y díjome el Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia; Yo la derramé con muchos dolores, y gózasla tú con tan gran deleite como ves; bien te pago el convite que me hacías este día».
[…] Antes de esto había estado, creo tres días, con aquella gran pena que traigo más unas veces que otras, de que estoy ausente de Dios, y estos días había sido bien grande, que parecía no lo podía sufrir; y habiendo estado así harto fatigada, vi que era tarde para hacer colación y no podía y, a causa de los vómitos, háceme mucha flaqueza no la hacer un rato antes, y así con harta fuerza puse el pan delante para hacérmela para comerlo, y luego se me representó allí Cristo, y parecíame que me partía del pan y me lo iba a poner en la boca, y díjome: «Come, hija, y pasa como pudieres; pésame de lo que padeces, mas esto te conviene ahora».
Quedé quitada aquella pena y consolada, porque verdaderamente me pareció se estaba conmigo, y todo otro día, y con esto se satisface el deseo por entonces. Esto decir «pésame» me hizo reparar, porque ya no me parece puede tener pena de nada” (Santa Teresa, Relación 26).
Teresa de Jesús, hoy, en el KEREM-El, nos recuerda y nos ayuda a entrar en el significado espiritual del Día de Pascua: la Resurrección de Jesús, el renacer de la vida y la promesa de vida eterna.
¡Buena semana Santa y feliz entrada en los gozos de la Pascua!
Pietro Braccu, ocds